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Artículo de Revisión

La unidad del hombre y la medicina

Bárbara C Finn

Revista Fronteras en Medicina 2014;(04):0128-0135 


En los últimos siglos, la medicina ha cambiado varias veces el paradigma que rige la difícil relación médico-paciente, modificando también la visión del hombre, debatiéndose entre los conceptos de cuerpo enfermo y el de ser sufriente. La relación médico-paciente sigue siendo, por encima de los avances tecnológicos, tan importante para la práctica médica y tan imprescindible en la formación integral del médico, como siempre; o un poco más, dado el deterioro a que viene estando sometida dicha relación, tanto por la utilización de la técnica, como por la especialización excesiva que la medicina ha experimentado en los últimos años. Reconstruir una nueva relación sin extremismos, sin autonomismo ni paternalismo, sin medicina defensiva, para lo cual es imprescindible recuperar la idea de unidad del hombre. Ser único e irrepetible, perfecta unión de cuerpo y alma, tanto del médico como del paciente.


Palabras clave: bioética - historia - hombre,

In recent centuries, medicine has changed several times the paradigm that governs the doctor-patient difficult relationship, also changing the vision of man, torn between the concepts of sick body and suffering being. The doctor-patient relationship remains above technological advances, so important for medical practice and as essential in the comprehensive training of the physician as always; or slightly more, given the deterioration to which that relationship is being submitted, because the use of the technique, as well as the excessive specialization that medicine has experienced in recent years. Rebuild a new relationship without extremism, without autonomy or paternalism, without defensive medicine, for which it is essential to recover the idea of the unity of man. Unique and unrepeatable being, perfect union of body and soul, both the physician and the patient.


Keywords: bioethics - history - man,


Los autores declaran no poseer conflictos de intereses.

Fuente de información Hospital Británico de Buenos Aires. Para solicitudes de reimpresión a Revista Fronteras en Medicina hacer click aquí.

Recibido | Aceptado | Publicado 2014-12-31

Figura 1. Pedro Laín Entralgo.

Figura 2. Sócrates

Figura 3. Platón

Figura 4. Aristóteles

Figura 5. San Agustín.

Figura 6. Santo Tomás de Aquino.

Figura 7. René Descartes.

Figura 8. Blaise Pascal.

Figura 9. Emanuel Kant.

Figura 10. Augusto Comte.

Figura 11. John Stuart Mill.

Figura 12. Karl Marx.

Figura 13. Ludwig Klages.

Figura 14. Max Scheler.

Figura 15. Søren Kierkergaard.

Cada ciencia tiene su objeto de estudio. Así, el objeto de estudio de la medicina es el hombre.

El hombre, que encierra mucho más que un tratado de anatomía, o una suma de órganos o un engranaje de sorprendente precisión fisiológica. La persona humana es además un ser espiritual. Es un ser único e irrepetible, es a la vez todo lo concreto del cuerpo y la materia y todo lo espiritual del alma1.

En los últimos siglos, la medicina ha cambiado varias veces el paradigma que rige la difícil relación médico-paciente, modificando también la visión del hombre, debatiéndose entre los conceptos de cuerpo enfermo y el de ser sufriente.

La relación médico-paciente sigue siendo, por encima de los avances tecnológicos, tan importante para la práctica médica y tan imprescindible en la formación integral del médico, como siempre; o un poco más, dado el deterioro a que viene estando sometida dicha relación, tanto por la utilización de la técnica, como por la especialización excesiva que la medicina ha experimentado en los últimos años.

Al constituirse la medicina científica, más centrada en la enfermedad y en los medios diagnósticos y terapéuticos que en el propio paciente, se incrementó la distancia del paciente respecto del médico.

Paradójicamente, el desarrollo científico empeora la relación médico-paciente en un momento en que la medicina mejora sensiblemente.

Esta relación ha recorrido un largo camino desde el arte y ciencia de los griegos, pasando por el paternalismo de Hipócrates, la unión con el cristianismo en la Edad Media, hasta el modelo actual marcado por una autonomía absolutamente exacerbada.

Dentro de las relaciones humanas, la relación médico-paciente es una de las más complejas e intensas, ya que tanto paciente como médico dependen mutuamente del saber del otro, de su deseo de sanar y de su compromiso en el proceso terapéutico. Es una interacción dinámica entre personas lo que constituye el núcleo fundamental de la medicina.

En relación con el respeto al paciente, ya en 1952, Pedro Laín Entralgo (1908-2001) (Figura 1) manifestaba: “El médico de hoy ha llegado a plantearse con relativa lucidez intelectual la antinomia que entrañan sus dos actos principales, el terapéutico y el diagnóstico, en cuanto referidos a un ser –el hombre enfermo– que es a la vez naturaleza sensible y persona, principio de operaciones materiales y supuesto racional, paciente de acciones necesarias y autor de acciones libres”2.

Es decir, “el tratamiento de una enfermedad puede ser enteramente impersonal; el cuidado de un paciente debe ser completamente personal”.

Duhamel indicó que la relación médico-paciente es el encuentro de una conciencia, la del médico, con una confianza, la del paciente3.

De la mano de los grandes avances tecnológicos y de la superespecialización, se plantea una nueva crisis en este difícil equilibrio. Los pacientes sienten que son vistos como una mano, pie o un pulmón enfermo y no como una persona que sufre. Se pierde el concepto de unidad, de hombre como cuerpo y alma: se separan el dolor y el sufrimiento.

Los médicos, por otro lado, también se sienten víctimas de un sistema que parece sólo buscar la famosa ecuación costo-beneficio. Faltos de tiempo y estímulo, caen fácilmente en la trampa de olvidar por momentos que se encuentran frente a otro ser humano. La enfermedad coloca al paciente en un estado de fragilidad que obliga al médico no sólo a ser proveedor de conocimientos sino a brindar contención y consuelo.

El concepto de persona humana encuentra un lugar central en la temática médica. Desde siempre, los profesionales de la salud se han esforzado por comprender la estructura del cuerpo, sus funciones y funcionamiento. Sin embargo, la capacidad profunda y verdadera de los médicos está en reconocer la verdadera unidad del hombre y tener presente la importancia de la unión cuerpo y alma.

La intención del presente trabajo es presentar la evolución histórica del concepto de unidad del hombre y realzar su importancia en la práctica médica diaria.

Reseña histórica

En el pensamiento antiguo, la filosofía griega marcada por un fuerte contenido mítico religioso coloca al hombre como pura creación de los dioses y cuyas vidas se encontraban a merced de los caprichos de deidades plenas de pasiones propiamente humanas. Se considera que el alma se encuentra atada al cuerpo y se libera en sucesivas vidas, transmigrando.

El hombre no es el centro de las reflexiones filosóficas sino un componente más de la naturaleza.

Sócrates (470-399 a. C.) (Figura 2), en el siglo V a. C., es el primero en centrar la reflexión en el hombre. Es el origen del desarrollo de la antropología. Establece como imperativo moral el “conócete a ti mismo” y establece la posible búsqueda y consecución de la verdad y la vida conforme a las normas morales que dictaba la razón.

Es, sin embargo, Platón el primero en aportar una teoría completa del hombre, la unión accidental del cuerpo y el alma.

Platón (427-347 a. C.) (Figura 3) presenta un claro dualismo ontológico, creyendo en la existencia de dos realidades independientes: el mundo sensible y mundo de las ideas. El mundo sensible es el conjunto de cosas perceptibles por los sentidos, cosas materiales, temporales y espaciales. Por otra parte, el mundo de las ideas consta de realidades universales. Las ideas no están sometidas a cambio, son eternas, invisibles, no materiales y atemporales. Las ideas no son conceptos o sucesos psíquicos, son entidades extra mentales, caracterizadas por ser objetivas e independientes del hombre4.

El dualismo platónico concibe al hombre como un compuesto de cuerpo y alma, menoscaba el rol de la materia o cuerpo considerando que el cuerpo es la cárcel o sepulcro del alma; está atada al cuerpo como castigo o accidente5.

Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) (Figura 4) supera el dualismo platónico al desarrollar la teoría hilemórfica (el cuerpo como materia y el alma como forma). El hombre es un compuesto sustancial de cuerpo y alma, existe un solo acto de existencia, donde el alma especifica y actualiza la materia.

De esta manera, por el alma pertenecemos a la especie humana, pero nos diversificamos acorde al cuerpo que cada alma anima1.

La unión del cuerpo y el alma se fusionan de tal manera que no es la suma de dos entidades sino una nueva sustancia que se llama Hombre. Es así como las actividades de esta nueva sustancia son actividades humanas, ni sólo del cuerpo, ni sólo del alma; ni puramente materiales, ni espirituales.

Otra diferencia con respecto al pensamiento de Platón, es que Aristóteles considera a las ideas, al conocimiento, no como preexistencias, sino como el resultado de la interacción cuerpo y alma, uno no existe sin el otro.

El conocimiento a su vez es un conocimiento humano, y conoce el hombre, conoce con el cuerpo y con el alma (no tiene un conocimiento independiente del cuerpo).

En la Edad Media (400-1400) la gran influencia del cristianismo marca la evolución del concepto de hombre, y podemos distinguir también dos tendencias diferentes.

Por un lado San Agustín (354-430 d. C.) (Figura 5), con una mayor influencia platónica, centra la reflexión en el alma, como sede y habitáculo de la divinidad. El alma es inmaterial e inmortal. Hecha a imagen de Dios, es reflejo de la Trinidad en sus tres facultades: memoria, entendimiento y voluntad6.

San Agustín defiende la unidad del alma con el cuerpo, pero no como unidad indisoluble, sustancial. El alma es superior al cuerpo que informa, y es ella, precisamente, quien rige, orienta y vivifica el sustrato corporal.

El hombre es visto a la luz de Dios, que es principio último de su ser, perfección única. “Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Es la antropología platónica sublimada por la vivencia religiosa cristiana.

Por otro lado Santo Tomás de Aquino (1225-1274) (Figura 6) rescata la obra aristotélica y agrega la trascendencia de inmortalidad que se desprenden de la contemplación beatífica7. Considerando que el pensamiento de Santo Tomás fue el aporte fundamental al concepto de unidad del hombre, nos extenderemos en él más adelante.

Entrando en la modernidad se presentan numerosas corrientes filosóficas que tienen como centro las diferentes visiones de la corporeidad. En paralelo a esto la medicina acomoda su concepto del hombre y modifica sustancialmente la relación médico-paciente, básicamente la mirada del médico hacia el paciente.

René Descartes (1596-1650) (Figura 7) argumentaba que la mente, o el alma (res cogitans) y el cuerpo (res extensa) debían ser entendidos como substancias: mutuamente exclusivas, completas e independientes. Ontológicamente entidades distintas, ninguna de las cuales necesita de la otra para ser6.

La dificultad más importante se encuentra en la explicación de cómo se articula esta innegable unión de lo que él considera dos substancias totalmente separadas. Propone un único punto de unión en la glándula pineal del sistema nervioso central.

Este dualismo, bifurcación de la realidad, se ajusta como base del pensamiento moderno en general y en la medicina en particular.

Blaise Pascal (1623-1662) (Figura 8) por su parte, se refiere al hombre como espíritu encarnado y plantea la existencia de tres planos. El material (referido a los cuerpos), el espiritual o del corazón (referido al instinto, voluntad, amor) y el sobrenatural. Se aleja un poco del dualismo de la época al referir que el espíritu vivifica al cuerpo y el cuerpo condiciona el desarrollo del espíritu. Al incorporar lo sobrenatural abre al hombre a la trascendencia. “El hombre supera infinitamente al hombre”.

Finalmente Emanuel Kant (1724-1804) (Figura 9) entiende que el hombre es un ser racional; y la razón implica la universalidad y la comunidad. El hombre es un fin en sí mismo.

El hombre es un ser que se debate entre ser social - asocial, porque por una parte su naturaleza racional y espiritual lo hacen libre y autónomo; pero sus acciones dominadas todavía por el instinto, señalan su dependencia con respecto al mundo exterior y su naturaleza biológica.

Lo que separa a los hombres es la materia sensible, diferente en cada individuo; esta materia sensible consiste, para Kant, en las sensaciones, las tendencias y los intereses egoístas6.

En el pensamiento contemporáneo se nos presentan diversas corrientes: el positivismo, el utilitarismo, el materialismo, el naturalismo, el existencialismo.

Como representante del positivismo, el pensamiento de Augusto Comte (1798-1857) (Figura 10) pretende limitar el conocimiento del hombre a la pura experiencia y observación. Sostiene que el hombre, una vez que supera los prejuicios metafísicos y religiosos, descubre el estado real o definitivo. El hombre es un simple objeto sometido al estudio empírico.

La versión inglesa del positivismo está representada por el pensamiento de Jeremy Bentham (1748-1832), James Mill (1773-1836), y John Stuart Mill (1806-1873). Se sostiene que el hombre se rige por los afectos, las pasiones y no la razón. El hombre es un ser en permanente búsqueda de placer y felicidad.

John Stuart Mill (Figura 11) en su obra El utilitarismo expone la teoría que sostiene como principio moral el principio del bien mayor. El hombre se resume en un ser que sólo busca encontrar placer y evitar el dolor.

El materialismo alcanza su mayor proyección en Karl Marx (1818-1883) (Figura 12) donde la figura del hombre queda reducida a su aspecto material y económico, como un conjunto de relaciones sociales. La persona se desdibuja en el todo de la sociedad.

Desde el naturalismo, representado por Ludwig Klages (1872-1956) (Figura 13), se sostiene el antagonismo entre el alma y el espíritu. Identificando al alma con lo vital, natural, propio, y al espíritu con lo racional. Analiza la historia de la humanidad como “la progresiva lucha victoriosa del espíritu contra la vida, con el fin, lógicamente previsible, de la aniquilación de la última”8. En respuesta al vitalismo de Klages surge la antropología de Max Scheler (1874-1928) (Figura 14). Sostiene que lo que hace al hombre persona es el espíritu. Niega la sustantividad del hombre limitándolo a los actos. “El centro del espíritu, la persona, no es, por lo tanto, ni ser substancial ni ser objetivo, sino tan sólo un plexo y orden de acto”8.

El existencialismo, con todo el peso de la posguerra, otorga primacía a la existencia sobre la esencia. El hombre es un ser temporal. Se considera Søren Kierkergaard (1813-1855) (Figura 15) como el principal representante de esta corriente junto con Karl Jaspers (1883-1968), Gabriel Marcel (1883-1973), Martin Heidegger (1889-1976) y Juan Sartre (1905-1985).

El centro de esta corriente es la existencia, el hombre se ve limitado a su existir, es un proyecto que se crea a sí mismo.

En Kierkergaard el hombre está por sobre la humanidad, es un ser solitario, aislado, “solo frente a Dios”. Sartre afirma “del ente solo se puede decir que es y que es en sí, y que es lo que es”. Lo específicamente humano consiste en nada: el hombre es “una pasión inútil”6.

Finalmente, y reconociendo las terribles limitaciones de esta breve reseña histórica, entramos en el posmodernismo. Esta corriente que surge a partir de los años 70, presenta dos posiciones. La débil (representada por Gianni Vattimo, Jürgen Habermas, Humberto Eco, etc.), que sostiene una humanidad intemporal y absoluta, y la fuerte, que habla de una humanidad arraigada a un determinado lugar y momento, a un marco social y cultural6.

Vattimo propone en lugar de racionalidad el pensamiento débil, que es el pensamiento abierto. Al alejarse del rigor de la racionalidad aparece el verdadero ser del hombre. No manifiesta interés por definir al hombre, porque considera que el ser no es permanente, sino fruto de la interacción e interpretación del momento.

Unidad del hombre en Santo Tomás

“Así en el hombre la naturaleza sensitiva es como materia respecto de lo intelectivo, y por eso ‘animal’ se llama a lo que tiene naturaleza sensitiva; ‘racional’, a lo que tiene naturaleza intelectiva y ‘hombre’ a lo que tiene ambas”9.

La humanidad del hombre implica esencialmente el cuerpo, es una realidad innegable y no presenta mayores discusiones. El conflicto aparece al intentar explicar la unión con el alma humana, como hemos visto anteriormente, la tentación es reducir el cuerpo a un mero accidente que no modifica el concepto global. Es justamente Santo Tomás el que sostiene un pensamiento diferente, no hay hombre donde no hay corporeidad. El cuerpo es el apoyo necesario de la vida espiritual. Tomás ha defendido la corporeidad como principio de individuación. Sostiene además que el cuerpo al ser informado por el alma adquiere un rango especial, diferente al de cualquier otro animal10.

Santo Tomás subraya la unidad del hombre, es el mismo hombre el que se reconoce “yo”, el que piensa, desea, se mueve, ve y oye. La unidad ontológica del hombre es tan grande que su realidad corporal es su alma misma11. El mismo hombre experimenta que no hay dualismo entre el espíritu y su cuerpo, no conoce el ser humano la forma de separar lo que es, lo que hace y lo que siente o piensa.

Cito a Santo Tomás: “Es por el alma que el cuerpo humano es realizado (actualizado). Es una y la misma forma por cuya esencia el hombre existe en acto, está vivo, es dotado de conocimiento sensitivo y es hombre”.

Siguiendo el análisis que realiza Leo Elders en su libro

Conversaciones filosóficas con Santo Tomás de Aquino, destacaremos 5 puntos relevantes del pensamiento del Aquinate sobre la unidad del hombre11.

1. El hombre es una unidad. Aunque el alma constituye al hombre y su actualidad proviene de ella, no es todo el hombre; el cuerpo es una realidad inseparable.

2. La unión de una realidad espiritual con la materia. ¿Cómo puede el alma espiritual contener en sí la vida orgánica? Tomás resuelve este conflicto sosteniendo que los seres superiores contienen en sí las perfecciones de un nivel inferior. Como creador de todo lo existente, Dios contiene nuestro mundo material, al mismo tiempo, Dios es espíritu. Por lo tanto demuestra que no hay una oposición excluyente entre lo material y espiritual.

3. La unión del alma con la materia no es menos fuerte o íntima que la unidad de las substancias materiales. Es por esto que Santo Tomás sostiene que el alma comprende y contiene al cuerpo. Al unirse no pierden su esencia. De hecho el alma informa un cuerpo orgánico que se modifica con el tiempo, se nutre, crece, se sustituye por nueva materia, sin modificar la esencia del hombre. El ser humano que nace y envejece, sometiendo su cuerpo a las realidades temporales es siempre el mismo.

4. ¿Qué motiva la unión del alma al cuerpo? A lo largo del razonamiento del Aquinate queda claro que lo espiritual e inmaterial es más importante que lo corporal. Entonces, que lleva al alma a querer unirse con el cuerpo. Explica que estando el alma humana en el grado más bajo de los seres espirituales y siendo incapaz de adquirir conocimiento infuso, necesita de la realidad corporal para poder conocer a través de las realidades materiales. El cuerpo es útil para el alma, le permite acercarse a la realidad y belleza de las cosas. La unión del cuerpo y alma no es, como sostenían en la Antigüedad, un castigo ni obra de la casualidad, es una necesidad del alma para llevar al hombre a la plenitud de sus capacidades. “Ahora bien, el alma, al ser parte de la naturaleza humana, no tiene su perfección natural más que en cuanto unida al cuerpo”12.

5. La doctrina de la unidad ontológica del hombre no implica confusión sobre lo espiritual y lo material. Tomás explicita que el alma, acorde a su naturaleza, trasciende el cuerpo, sin que esto signifique que el cuerpo es un mero instrumento del alma. Tanto es así que la justifica la resurrección de los cuerpos, porque el alma está hecha para estar unida al cuerpo, y viceversa. La inmortalidad del alma exige la resurrección de los cuerpos, la perfección del último día no es del alma sino del hombre13. En la resurrección, el alma informará el cuerpo tan profundamente, que en éste quedarán reflejadas sus cualidades morales y espirituales14.

La influencia en la medicina

Las diferentes concepciones antropológicas del hombre han influido en la visión que la medicina tiene del hombre y de la relación entre médico y paciente.

En la antigüedad, tanto la salud como la enfermedad eran fruto de fuerzas extraordinarias, ya sean de la naturaleza o de los dioses. En ese momento la curación o el alivio se obtenían a través de rituales mágicos de las manos de pitonisas, sacerdotes o chamanes.

En Grecia, en los siglos VI y V a. C. se inventa la medicina técnica, que es el pilar de la medicina hipocrática. Se caracteriza por la idea de la existencia de una naturaleza universal que se puede conocer a través de la razón o saber racional.

Finalmente, al ser esta naturaleza susceptible de ser conocida, se la puede ayudar o perfeccionar a través del arte o técknê. Causas y conceptos generales de las naturalezas son conocidas mediante el raciocinio y la observación rigurosa, lo que finalmente constituirá el fundamento de la acción terapéutica, dejando así el médico de ser curandero, hechicero o mago, elevándose a la condición de “técnico de la medicina”15.

El objeto de estudio era el hombre en su totalidad, la atención se centraba en el sujeto enfermo, en el “estar enfermo”.

Laín Entralgo se expresa así: “La peculiar afección que enlaza al médico y al enfermo, llamémosla philia, ‘amistad’ en los antiguos griegos, o ‘transferencia’ en los actuales psicoanalistas, es el resultado que en el alma de uno y otro determina esta dual y compleja serie de motivos”3.

Desde el cristianismo se propone que la relación entre médico y enfermo debe ser entendida como un acto de amor. “Ejemplo de esta nueva forma de amor es la parábola del buen samaritano: sin preguntar quién es el caminante herido, si samaritano, israelita o gentil, pobre o rico, el buen samaritano procede a curar sus heridas, a regalarle dinero y ropas y a ofrecerle su compañía; y todo esto, sin pedir nada a cambio”15,16.

El cristianismo pone el eje en el prójimo como imagen y semejanza de Dios.

En la modernidad el hombre orienta su vida según sus propios impulsos, su propia razón, su propia voluntad. Es decir, elimina de su existencia histórica todo lo que sea o pretenda ser sobrenatural. En la medicina pasamos de una entrega del propio cuerpo, más o menos confiada y sin condiciones, a una presentación del cuerpo al médico, con conciencia del derecho que se tiene a la asistencia por recibir. Del otro lado nos recibe una medicina despersonalizada, en exceso tecnificada que reduce el padecimiento a una afección puramente orgánica.

El enfermo se rebela, protesta contra el hecho de que, siendo una persona dotada de inteligencia, voluntad y libertad, se le trate técnicamente como un objeto. Es una etapa caracterizada por una excesiva autonomía y despersonalización del acto médico.

Este hecho ha llevado a que, en 1993, la Organización Mundial de la Salud señale la relevancia que tiene la asistencia personalizada en la práctica médica.

Considero que como médicos, en esta situación temporal particular, nos toca el difícil desafío de generar un nuevo paradigma de relación médico-paciente.

Reconstruir una nueva relación sin extremismos, sin autonomismo ni paternalismo, sin medicina defensiva, para lo cual es imprescindible recuperar la idea de unidad del hombre. Ser único e irrepetible, perfecta unión de cuerpo y alma, tanto del médico como del paciente.

  1. Lukac de Stier ML, Donadío de Gandolfi MC. Fundamentos Filosóficos de la Ética Biomédica. Instituto de Ética Biomédica Pontificia Universidad Católica Argentina “Santa María de los Buenos Aires” p. 6-8.

  2. De Francisco Zea A. Fundamentos de la relación médico-paciente. Revista Colombiana de Cardiología 1998; 6: 263-73.

  3. Idoate García VM. Antropología de Lain Entralgo según sus escritos. Universidad Pública de Navarra. España.

  4. Ayllon JR. Introducción a la Ética. Historia y fundamentos. Albatros. Ediciones Palabra; 2006 Madrid.

  5. Platón; Gorgias 493 A.

  6. Buela A. Epítome de Antropología, 1993, Ed Cultura et labor, Buenos Aires, Unidad II, p. 23-31.

  7. Cravero, J.M.J: La crisis del hombre a la luz de las concepciones antropológicas, 1993, Facultad de ciencias sociales y económicas, UCA, Buenos Aires, p.59-68.

  8. Lukac de Stier, M.L: La definición del hombre. Tomismo y corrientes antropológicas contemporáneas. Universidad Católica Argentina, Conicet, p. 5-6.

  9. Santo Tomás: Suma Teológica. I-II, q.67, a 5, c.

  10. Lobardo AP. La humanidad del hombre en Santo Tomás de Aquino, en San Tommaso de Aquino Doctor Humanitatis, 1991, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, Roma, p. 64-81.

  11. Elders LJ. Conversaciones filosóficas con Santo Tomás de Aquino, 2009, Editorial del Verbo Encarnado, 1°ed, San Rafael, Mendoza, cap. VIII, p. 220-7.

  12. Santo Tomás: Suma Teológica. I, q.90, a 4

  13. Lukac de Stier ML. El fin último del hombre en tanto que compuesto sustancial de cuerpo y alma, 2005, Universidad Católica Argentina, Conicet, p. 234-9.

  14. Santo Tomás: Suma Teológica. III q.78-86.

  15. Dörr A. Acerca de la comunicación médico-paciente desde una perspectiva histórica y antropológica. Rev Med Chile 2004; 132: 1431-6.

  16. Celedón CL. Reencantamiento de la Medicina. Rev Otorrinolaringol Cir Cabeza Cuello 2005; 65: 5-8.

Autores

Bárbara C Finn
Servicio de Clínica Médica, Hospital Británico de Buenos Aires. Profesor Titular de Módulo de Integración IV de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Coordinadora del Comité de Bioética del Hospital Británico de Buenos Aires. Argentina.

Autor correspondencia

Bárbara C Finn
Servicio de Clínica Médica, Hospital Británico de Buenos Aires. Profesor Titular de Módulo de Integración IV de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Coordinadora del Comité de Bioética del Hospital Británico de Buenos Aires. Argentina.

Correo electrónico: barbarafinn73@hotmail.com

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Titulo
La unidad del hombre y la medicina

Autores
Bárbara C Finn

Publicación
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Editor
Hospital Británico de Buenos Aires

Fecha de publicación
2014-12-31

Registro de propiedad intelectual
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